GALERÍA JAVIER SILVA  

   

   

   

ARTISTAS /Artists

Item perspectiva

_ Salim Malla

22.11.2014 - 23.01.2015

 

 

«El espacio no es otra cosa que la sutilísima luz”, escribe Proclo, con lo cual el mundo, al igual que el arte, es definido por primera vez como un continuum y queda al mismo tiempo privado de su compacidad y de su racionalidad. El espacio se ha transformado en un fluido homogéneo, y si se nos permite decir, homogenizador, pero no mensurable y , por lo tanto, falto de dimensiones»1.
 
Medir, cuantificar, definir, acotar… tratar de comprender lo que se escapa a nuestro pensamiento y a nuestro ser ha sido una constante humana a lo largo de la historia. La necesidad de un acuerdo, de una concepción compartida de tal o cual cosa, parece surgir de una carencia vital que nos incita a aprehender lo inasible, para poder sentirnos un poco más tranquilos y sosegados en la inmensidad y el continuo de nuestro mundo. A partir de esa necesidad surge el proceso de la lógica de la razón, y su aspiración al conocimiento de las últimas conexiones de las cosas, a través un consenso o sistema teórico cuyo principal propósito sea  tratar de hacer comprensibles los aspectos materiales y abstractos de la vida.

Sin embargo, la demostración y la aplicación de ciertas teorías protagonistas de la construcción de nuestro pensamiento, no siempre ha sido tarea fácil, normalmente por considerarlas como algo “incómodo” en su contexto. Seguramente entendidas como puras intuiciones o ideas en el aire salidas de la cabeza de algún loco incomprendido, podemos imaginar que algunas de ellas hayan desaparecido en el tiempo sin dejar rastro. Otras en cambio, han sido perpetuadas, llegando a estar tan arraigadas que su superación ha ocasionado verdaderos traumas sociales e históricos.

Cambio de Sistema

Uno de esos hitos fundamentales en el campo de la ciencia y que supuso una ruptura substancial respecto a lo anterior, fue el protagonizado por Nicolás Copérnico. En su libro De rebolutionibus orbium coelestium (1543) manifestó y defendiendo la existencia de “otro sistema del mundo: único, verdadero y revolucionario”, basado en una concepción heliocéntrica del universo que derribaba por tierra los poderosos cimientos del pensamiento hasta entonces heredado de la tradición del paradigma ptolemaico. Aunque no inmediatamente, si el  sistema expuesto por Copérnico acabó por imponerse, fue en parte gracias a la mentalidad de una época.  Y es que desde los inicios del Renacimiento, la insatisfacción con todo o casi todo lo que concernía a un pasado reciente, propiciaba una sensibilidad abierta que buscaba a partir de la observación y la experiencia directa, una regeneración sin precedentes del saber antiguo. Una reconstrucción a través de una vía sin intermediarios, cuyo principal objetivo fuera establecer un conocimiento legítimo y universal, que permitiera llegar a la verdad, utilizando como principal herramienta el entendimiento, es decir, la facultad de pensar, de poner bajo reglas la representación de los sentidos.

En rigor, el universo de Copérnico fue inicialmente una construcción puramente visual, geométrica y descriptiva. Solo indicios. Habría que esperar hasta el siglo XVII, para que, gracias a la obra de Kepler, Galileo y Newton, pudiera darse una cosmografía científica rigurosamente “moderna”. Aun así, tanto Copérnico como Galileo, tenían que ser perfectamente conscientes de que el heliocentrismo, no era una simple hipótesis de recambio; sino que significaba una doble revolución: astronómica (cosmológica) y epistemológica, ya que no solamente cambiaba el cuadro del universo, sino que se definía un nuevo patrón de racionalidad científica, es decir, un nuevo sistema que habría de imponerse en las décadas sucesivas2. Este cambio supuso por ende el quebrantamiento, no solo de las bases de la sociedad científica del momento, sino una transformación fundamental de los aspectos esenciales de la vida.


 

 

La incidencia del observador

La ciencia, al igual que el resto de las ramas del conocimiento siguió su imparable progreso. Llegamos a los primeros años del S.XX dejando atrás toda una historia de descubrimientos, colonizaciones, teorías inciertas, nuevas ramas del saber, e interminables inventos… todo ello bajo el amparo de la ideología moderna.  Fue entonces cuando llego Einstein, con sus teorías de la Relatividad y la Cuántica (1905) y con ellas una nueva revolución. En este caso, la introducción de un nuevo elemento hace que el concepto compartido de sistema se transmute. Si por sistema se entendía hasta entonces un conjunto compuesto de elementos que interaccionan y que son interdependientes dentro de un todo, Einstein cuestiona si esta determinación no dependerá de una dinámica no establecida, es decir, de un elemento diferenciador y plural.  Así entra en escena la figura del observador, y la multiplicidad de los puntos de vista, el rol del intérprete, el otro.

Tras esta irrupción, ya nada fue lo mismo. La mentalidad moderna se vió transformada en un ingenioso vuelco que cambiaba las reglas del juego. La génesis de todo sistema se definía ahora como un conjunto de elementos in-estables, a-centrados, no-jerárquicos y no-significantes, dependientes de las construcciones del observador para poder reproducir de alguna forma las relaciones más relevantes existentes entre los elementos de lo real3. Así se establece un principio de indeterminación que destruye definitivamente la fe en el sistema anterior, en la neutralidad del observador y en la idea de una ciencia y una razón universales. Desde ese preciso momento, la conciencia del observador y la realidad observada se consideran como dos aspectos inseparables de un mismo sistema. 

La desfiguración del Paisaje

El observador y su espacio conocido, configuran una de las realidades más sensibles y complejas de nuestro pensamiento, el sistema del paisaje. Partiendo de la amplitud de su significado, podemos entender el sistema del paisaje como una multiplicidad de entornos:  naturales, construidos,  simbólicos, sociales y culturales. 

Las ciencias de la geología, la topografía y la cartografía, desarrolladas ampliamente durante la modernidad, son un conjunto de procesos y procedimientos, que partiendo de la observación directa del territorio, tratan de precisar objetivamente las dimensiones y características del paisaje. Desde estas disciplinas se tiende a concebir el sistema del paisaje únicamente como espacio físico y mensurable. Mediante la síntesis,  la acotación y la esquematización, el paisaje se desvincula de sus otras facetas para prevalecer como territorio construido, acorde a las lógicas del sistema económico y político del régimen global establecido.  Sin embargo, todas estas disciplinas tienen sus grietas, su margen de error, sus puntos ciegos e intersticios a través de los cuales se puede cuestionar su configuración, haciendo evidente la amplitud del concepto de paisaje, la variabilidad de los puntos de vista y la capacidad del observador, como agente activo, de generar nuevos significados.  

La reconceptualización, la revisión y la desfiguración de los procesos y procedimientos de dichas disciplinas, podrían entonces suponer una herramienta eficaz en un intento de re-aprender el sistema del paisaje en su conjunto, a través de la experiencia y de la acción; como una especie de ejercicio crítico y abierto a la interpretación que ironiza sobre los postulados científicos, jugando con las ambigüedades de sus procesos.  Y es que, hemos llegado a un punto en el que los artificios de lo construido han desmontado la integridad del paisaje. 

La cuadrícula cartesiana, los mapas aéreos o los GPS, son algunos de los instrumentos sobre los que se asienta lo construido. Íntimamente ligados al suelo, han llegado a formar parte de nuestra vida cotidiana, insertos en la estructuración de las ciudades, en los medios de transporte e incluso en nuestras casas. Podríamos decir que estamos viviendo en una sobrenaturaleza4, homogénea y homogenizadora, en la que desde todos los puntos del espacio, pueden crearse construcciones iguales en todas las direcciones y en todas las situaciones
5. Dichas construcciones generan un entramado de redes que, entretejidas cuidadosamente, componen una realidad abstracta, fija, racional y regulada. Esta simplificación, obvia algunos de los aspectos  primordiales del sistema del paisaje, como su carácter subjetivo, su extensión simbólica y su vinculo con la cultura y la historia de cada sociedad.  Y es que los puntos y líneas que se trazan para delimitar el espacio, componen imágenes puramente funcionales y no sustanciales, puesto que en el fondo, éstos puntos están vacíos de todo contenido, por ser meras expresiones de relaciones idealmente construidas.

Para transgredir esta situación podríamos adentrarnos en el territorio del paisaje ficcional, donde, utilizando las herramientas del territorio construido, podamos desdibujar el montaje,  ofreciendo a través de la representación,  imágenes que nos hablen del paisaje como territorio plural, complejo y sustancial. El sistema del paisaje podría ser entendido a fin de cuentas como un entorno en el que se despliegan infinitud de tipos de correspondencias.  A fin de cuentas, tratar de centrar, definir y acotar el concepto de paisaje únicamente como territorio construido, es una mera  y burda recreación.
 
María Gil Orive

 

 

1 PANOFSKY, Erwin: La Perspectiva como forma simbólica, ed. Fábula Tusquets, Barcelona, 2003, pag 31.

2 VV.AA.: Nicolás Copernico, Thomas Digges, Galileo Galilei. Opúsculos sobre el movimiento de la Tierra. Alianza Editorial, Madrid, 1983, pag 19

3 RODRÍGUEZ DE RIVERA, José.: Evolución histórica de las teorías y conceptos sobre “Sistema”

4 ORTEGA Y GASSET, Meditaciones sobre la técnica, en: http://francescllorens.files.wordpress.com/2013/02/ortega_meditacion_tecnica.pdf

5 PANOFSKY, Erwin: opus. cit. pag 14

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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